Un año después: la inmolación que encendió al mundo árabe.

El hombre que encendió la mecha de la ola de revueltas en el norte de África hace exactamente un año no era precisamente un fiero revolucionario. Mohamed Bouazizi era un joven vendedor de frutas y verduras, que mantenía a ocho personas con menos de US$150 al mes. Su gran ambición empresarial era pasar de la carretilla a la camioneta pick-up. "Aquel día Mohamed salió de casa para vender sus productos, como siempre", cuenta su hermana Samya. "Pero cuando los puso en venta, tres inspectores de la municipalidad le pidieron sobornos. Mohamed se negó a pagar", explica. "Confiscaron sus productos y los pusieron en su auto. Intentaron llevarse también las balanzas, pero Mohamed se negó a entregarlas, así que le dieron una paliza", añade. Si además una de las inspectoras lo insultó y escupió en la cara es uno de los puntos controvertidos de la historia, pero ese día algo se quebró dentro del joven de 26 años. Mohamed fue hacia la oficina del gobernador a reclamar sus productos, pero no lo atendieron. Así que compró un bidón de gasolina, se la echó encima y prendió una cerilla. Ola de apoyo Mohamed Bouazizi fue trasladado de emergencia a un hospital en estado de coma, con quemaduras en el 90% de su cuerpo. Su acto de desesperación sacó a la calle a multitudes furiosas. bajo la creciente presión popular, Ben Ali visitó a Bouazizi en el hospital. Hubo algo en su impotencia ante los burócratas corruptos, la subida de los precios y la falta de oportunidades que desató una ola de empatía. Ante la brutalidad de las fuerzas de seguridad, los manifestantes no se amedrentaron. Al contrario, consolidaron los reclamos. Cuando Bouazizi murió el 5 de enero, las revueltas se intensificaron. Cientos de personas murieron y cientos fueron detenidas. El entonces presidente de Túnez, Zine el Abidine Ben Ali, militar autócrata en el poder desde hacía 23 años, salió en televisión para pedir calma. Según él, el desempleo era "un problema global". Atribuyó los episodios de violencia a bandas de enmascarados, a quienes tachó de "terroristas". Como muchos gobernantes militares en el mundo árabe, el presidente se presentaba a sí mismo como una garantía en contra del extremismo islámico. Según él, esa sola característica le daba carta blanca para aplastar cualquier asomo de democracia. Pero Ben Ali subestimó la profundidad del resentimiento de su pueblo contra el nepotismo, la corrupción y las crisis económica. Elevado a los altares La madre de Bouazizi ha dicho que se alegra de que la muerte de su hijo haya catalizado el cambio en Túnez. Apenas nueve días después de la muerte del verdulero, los tunecinos escuchaban al primer ministro decir que su presidente se encontraba "imposibilitado para llevar a cabo su tarea". De hecho, se había escabullido junto con su familia. Primero intentó refugiarse en Francia, donde le negaron permiso para aterrizar, y luego probó en Arabia Saudita, donde le concedieron asilo a cambio de abandonar la actividad política. El gobierno de Ben Ali llegaba a su fin, tras haberse desmoronado por el acto suicida de un vendedor callejero frustrado. Si Mohamed Bouazizi nunca hubiera nacido, entonces probablemente algún otro disparador hubiera iniciado la llamada "primavera árabe". Fue como una erupción que venía calentándose desde hacía décadas. Pero a lo largo y ancho del mundo árabe, e incluso más allá, su nombre y su país son ahora elevados a los altares en poemas, discursos y canciones. El molde de la dictadura incuestionable quedó roto para siempre.