Hace cuarenta años, el soldado japonés
Shoichi Yokoi fue encontrado en las selvas de Guam, después de sobrevivir
durante tres décadas tras el término de la Segunda Guerra
Mundial. Japón lo recibió con los brazos abiertos, pero él nunca volvió a
sentirse cómodo en la sociedad moderna.
Pero,
incluso cuando fue descubierto por cazadores del lugar en la isla del Pacífico,
el 24 de enero de 1972, el ex soldado, de 57 años, aún estaba convencido de que
su vida corría peligro.
"Lo
invadió el pánico", recuerda su sobrino, Omi Hatashin.
Intimidado
por la vista de otros seres humanos después de tantos años de soledad, Yokoi
trató de echarle mano a uno de los rifles de los cazadores.
Sin
embargo, debilitado por largos años con una pobre alimentación, Yokoi fue
fácilmente reducido por los hombres.
"Temía
que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés
y su familia en Japón," dice Hatashin.
Mientras
se lo llevaban a través de la alta vegetación de la selva, Yokoi iba gritando
que lo mataran ahí mismo.
Utilizando
las propias memorias de Yokoi, publicadas en japonés dos años después de que lo
descubrieran, así como el testimonio de quienes lo encontraron ese día,
Hatashin pasó años reconstruyendo las dramática historia de su tío.
Su
libro, La vida y la guerra de Yokoi en Guam, 1944-1972, fue publicado en inglés
en 2009.
Refugio subterráneo
La
larga pesadilla de Yokoi había comenzado en julio de 1944, cuando las fuerzas
armadas estadounidenses tomaron Guam como parte de su ofensiva contra los
japoneses en el Pacífico.
Los
combates fueron intensos, con un alto número de víctimas en ambos lados.
Una
vez que se interrumpió la línea de mando japonesa, Yokoi, y otros de su
pelotón, quedaron librados a su propia iniciativa.
"Desde
el comienzo, tomaron medidas extremas para que no los detectaran, hasta
borraban sus huellas mientras se desplazaban por la maleza," afirma
Hatashin.
En
los primeros años, los soldados japoneses, pronto reducidos a unos seis o
siete, capturaban y mataban ganado para alimentarse.
Por
temor a que los detectaran las patrullas estadounidenses, al principio, y,
después, los cazadores del lugar, poco a poco se fueron retirando hacia la
profundidas de la selva.
Comían
sapos venenosos, anguilas de río y ratas.
Yokoi
fabricó una trampa con juncos para cazar anguilas. También se cavó un refugio
subterráneo, sostenido por fuertes cañas de bambú.
"Era
un hombre de muchos recursos," dice Hatashin.
El
hecho de mantenerse ocupado le ayudaba también a no pensar demasiado en su
situación desmedrada o en su familia en Japón."
Regreso a Guam
Las
memorias de Yokoi en lo que se refiere a su tiempo escondido revelan su
desesperación y su empeño por no perder la esperanza, especialmente en los
últimos ocho años, cuando se había quedado totalmente solo.
Sus
últimos dos compañeros de aventura no habían conseguido sobrevivir a las
inundaciones de 1964.
En
algún momento, al pensar en su anciana madre en Japón, escribe: "No tenía
sentido causarme tanto dolor pensando en esas cosas."
Y,
a propósito de otra ocasión, cuando se encontraba desesperadamente enfermo en
la jungla, dice:"No! No puedo morir aquí! No puedo dejarle mi cadáver al
enemigo. Debo morir en el agujero que me he cavado.
"Hasta
ahora he logrado sobrevivir, pero todo se vuelve nada ahora."
Dos
semanas después de su rescate en la selva, Yokoi volvió a casa, a una recepción
de héroe.
La
prensa lo asediaba, lo entrevistaron en radio y televisión y era invitado
regularmente a hablar en universidades y escuelas de todo el país.
Hatashin,
que tenía seis años cuando Yokoi se casó con su tía, dice que el ex soldado
nunca pudo acostumbrarse a la vida moderna de Japón.
El
enorme progreso económico de su país, tras la guerra, no le causaba ninguna
impresión y, una vez, al ver un billete de 10.000 yenes, dijo que la moneda
había perdido todo su valor.
Según
Hatashin, su tío entró en un proceso progresivo de nostalgia a medida que
envejecía y, antes de su muerte, en 1997, regresó a Guam en varias
oportunidades con su esposa.
Algunas
de sus principales posesiones de aquellos años en la selva, incluyendo sus
trampas para anguilas, todavía se hallan en exposición en un pequeño museo de
la isla.